¿A dónde fue su calor? ¿Se olvidó de mi tosca piel O absorbe el mío en su pecho? ¿Extrañó mi árida alma O se esconde asustada Y prendió una hoguera? ¿Dónde está la respuesta? ¿Asumió mi inutilidad O corre hacia mí en silencio?
Sentados en aquel lugar, Enseñándome tus estrellas, Abrazados en tu hogar. Acariciándome la mano, Observando el cielo oscuro, Regalándome el tiempo. Abrigando tu cuerpo cálido, Amándome en el tejado, Resguardando lo que somos.
La piedra continúa ahí, Redondeada y pequeña, Quieta, esperando a que pase. Pausada, paciente y cauta, Encomienda mi tragedia, Como las hadas la virtud. Sedienta de mi escasa lágrima, Cincelada y coqueta, Espera siempre que la extrañe.
Sé que no existes, o eso dicen, Pero sé que estás ahí Contando tristes historias. Sé que no me ves ni me escuchas, Pero tus chistes son hermosos, Pues cual pez, nadas y te vas. Sé que me vistes y cuidas, Que tu alegre red me atrapa Y me escribes con cada aliento.
Él miró al cielo y exigió poseer siempre la razón. Entonces, el cielo respondió y el hombre jamás volvió a hablar, pues quien calla, nunca se equivoca.
Aun miro a la estrellas, Esperando encontrarte ahí. Viejo amigo, ¿dónde estás? ¿Soñando? Es fácil perderse… Vuelve conmigo a la arena, Aquí, bailamos descalzos. ¿Seguirás vivo en el espacio? ¿Nadando, como prometimos, Bajo el río estrellado?
Ahí estás, abandonado, En la estantería, solo. ¿Oirás? Siempre lo pensé… ¿Qué haría? ¿Dónde iría? ¿A dónde va en sus sueños? ¿Viviría, siempre, esperándome? El cristal en sus ojos cálidos, La herida en su hocico, Y ahí está, cuidándome.