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Mostrando entradas de marzo, 2019

Ojalá pudiese dormir.

Hoy es uno de esos días que me nace escribir. Sin motivo, solo porque hay palabras dentro de mí que luchan por escapar. Lo curioso es que hoy no ha sido un dolorido y tortuoso día, al revés, ha sido bonito e inolvidable. Uno de esos días que te hacen sonreír, lo raro, es que a mí esos días siempre me ponen triste. ¿Por qué? No lo sé la verdad, hay un pequeño demonio en mi interior que se encarga de arruinarme la vida, a veces creo que es porque una vez vendí mi alma por recuperar a una persona. No sé, quizá el demonio esté jugando a ser titiritero o quizá soy yo que simplemente soy gilipollas. Ambas dos me parecen respuestas razonables la verdad. Pero bueno, la vida es así, unos no se cuestionan y otros discutimos demasiado con nosotros mismos. Yo solo quiero que el mar embrabedico de mi interior se calme y la noche me acaricien los párpados con la tenue luz de la luna. No quiero soñar, tan solo respirar aire limpio donde nunca hubo aire y poder acariciar la piel repleta de lunares de

Ella y nadie más.

Hoy, en un día tan especial para muchas, yo solo soy capaz de acordarme de una. Quizá porque ella no necesita que se acuerden de ella y nunca necesitó que la escribiese. Será que ella es mujer, de esas que no pretende más que ser ella misma y sonreír sin cadenas, pues sólo con su sonrisa sanaba mi pena. Aún con todo, duele recordarla, pues sé que la quiero y sé que si lo siento así, es porque jamás necesitó que la quisiese. Ella y solo ella, pues si está ella, ¿quien quiere más?

La ironía de la ficción #1. Evadiendo la realidad.

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El clima no importaba aquel día, no me fije siquiera en si hacía calor o frío, simplemente me bajé del coche con mi amigo y me dirigí a aquel bar. Era un bar que nos daba confianza, seguridad, lo que se debía principalmente a nuestra recurrencia. ¿Por qué? Porque cuando éramos críos estábamos enganchados a una serie que ponían a todas horas en la televisión, y daba la casualidad que aquel bar se llamaba igual que aquel que frecuentaban los protagonistas. ¿Por qué me lo preguntaba? A veces hablaba conmigo mismo. Era algo habitual en mí, esa disociación inapropiada, pues al fin y al cabo, no era más que yo, nadie se escondía dentro de mí, aunque a veces lo pareciese. Entramos al lugar hablando sobre diversos temas, entre ellos la creación de una consecución de cuentos que teníamos pendiente. La verdad es que habituábamos a hacer planes que luego no salen a la luz, y por mucho que saliesen, la repercusión iba a ser tan ínfima que tampoco importaba demasiado. Sí que importa, dijo una