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¿Qué significa ser escritor?

Dejemos un vacío legal, ya sabes. Ayer (¿cuándo es ayer? A mí no me preguntes); iba conduciendo, borracho podría decir, corría, demasiado podría decir. Era una recta, ¿Quién no hubiese corrido? ¿Disfrutar del paisaje? Quizá, no lo tengo muy claro; pero corría demasiado, aceleraba cada vez más, como si fuese a comenzar a volar, a flotar, a recortar con el roce de la velocidad la fría y lluviosa realidad, y al final, o más bien justo delante de mis ojos, pude contemplar una rotonda de esas que transmiten incredulidad. No pestañeé, frené. No lo voy a negar, me acobardé en el último momento. Soy humano y siento miedo, lo siento. Aun así, no bajaba de ochenta kilómetros por hora y eso en una rotonda podría considerarse como ir rápido. No voy a negar que no era consciente y quizá podría considerarse todo como algo invalido, no voy a negar nada; la única verdad es que ahí estaba yo, con mi jersey gris sujetando el volante, con las mangas cubriendo mis gélidas manos y con mi mirada impávida

La ninfa sin nombre.

El espacio… ese recóndito lugar donde el infinito nos cuenta las historias más superficiales e increíbles. Un cubículo habitado por extrañas criaturas de formas inexplicables y desconocidas. Un paraje hacia una realidad inexistente; oscuridad desmedida y artificial. Allí nos dirigimos, al espacio. Vasta y enérgica nada poseída por los demonios de ancestros muertos. Metafórico hogar de gárgolas de un gótico ensuciado. A la superficie olvidada de una apagada luz permanente nos dirigimos; prestamos atención y relatamos esta historia antigua y desmerecida por aquellos cuyas lágrimas nunca jamás se volverán a reproducir. Un lugar desértico, repleto de vida, silencioso, inteligible, misterioso, solitario; un lugar donde el sonido nunca existió, y la luz jamás estableció su imperio. Allí, en el infinito, sentenciamos. Allí, en la noche, describimos. Allí viajé por un instante y recordé lo que en el pasado viví. Todo comenzó con un sueño, un sueño espaciado, atemporal. Yo podía apreciar con

Lágrimas grises.

Tres caminos se cruzaron esa noche, tres verdades se confrontaron dando lugar al único sentimiento veraz  e irrisorio. Todas las carcajadas sumían la habitación de las cortinas moradas en la más angustiosa residencia de miradas contundentes y desafortunadas. Tres mil cuatrocientas caricias acabaron sucumbiendo por una insignificante lágrima que deformó la atmósfera sudorienta del habitáculo, expulsando a la irascible felicidad de un portazo, cobijándose temerosa en la esperanza que corría suspirosa hacia el portal antrópico. Todas las almas sonrientes de ojos serios se mantenían presas del trasparente cristal de la ventana divisando aquella huida, retirando rápidamente la mirada para observar a la inigualable muchacha que dejaba caer por la delicada piel de sus mejillas una gota cristalina, que cual río que nace de la blanca nieve de las montañas, nació del más bello sentido, ahora rojizo, por el cruel paso de la dama del caos, el cual fue en un pasado, plateado y absorbente como el o

El reloj parado.

La arena reflejaba a cada paso mi realidad desconsolada. La apatía aparecía en cada huella prediseñada. El fulgor pasional de la vida desaparecía lentamente con cada paso que daba, y mis lágrimas, perdían una batalla impuesta contra el mar. También lo malo iba desapareciendo, el rencor, el dolor, todo se esfumaba tras el lento paseo de mi cuerpo. Yo tan solo ojeaba el lugar con la ilusión de un niño, con la empatía de un anciano, con el irremediable cansancio de un adolescente enamorado. Así miraba yo; buscaba un vestigio de luz en aquella negra noche que me elevaba hacia la blanca luna. Buscaba en las olas del mar un saludo diferente a la indiferencia de la civilización que habitaba poco más arriba de unas escaleras de mármol mal cuidadas. Los sueños precarios de mi mente se dividían al aterrizar en la tierra vulgar de aquel hogar de náufragos. Mentiría si dijese que no me hubiese gustado olvidar y vivir en un barril, diría la verdad si afirmase que soñé con triunfar en aquel lugar d

Sinfonía.

Primer movimiento. Me miré al espejo con delicadeza, no quería romperlo con la brusquedad de mi mirada. El sonido de bajada era casi imperceptible. Las luces iluminaban con contingencia. Mis sentidos se iban perdiendo al paso suave de una melodía armoniosa y suculenta que atraía a los deseos más prehistóricos. Me miraba, aun así no podría asegurar que  llegase a comprenderme. Mis ojos captaban la luz apagada de mi rostro. Mis pupilas enroscaban la verdad tenue de mi existencia. Mi mente… mi cerebro acariciaba mis rosadas mejillas con su imparcialidad. Mis sueños flotaban en aquel acristalado resplandor terrorífico. Contemplaba ajeno una realidad distinta y sumamente caótica. No alcanzaba a coser cada centímetro del oxígeno que me separaba de un gemelo sórdido y cruel. Mis manos temblaban socorridas por alientos pausados y medidos cual compás anticipado. Esperaba quieto, pues, ¿a dónde iba a ir yo? Me mantenía expectante, envuelto en arcanas transformaciones intestinales, s