Dragón enjaulado.

Te toco despacito, 
creyendo en un mundo apático,
aislado, revuelto en mis cenizas
como un cigarro pagado
en un cuerpo encendido.
Busco experimentar con tus labios
con tus piernas, con tu piel chamuscada. 
Busco retozar entre tus limitaciones,
entre tus miedos y fantasías.
¿Dónde quedan las mías?
¿Dónde queda la ira?
Siempre pregunta el dragón.
Siempre pregunta mi corazón helado,
la composición que te eriza,
el calor que me marchita.
¿Dónde quedó mi apatía?
Demasiado dentro,
como mi cuerpo,
como la pasión en mis pupilas.
¿Dónde quedó la poesía?
Versos cogidos con pinzas, 
rimas obsoletas y sin carisma.
No observan tu marisma,
tu marea, que entre tus piernas
siempre me visita. 
¿Dónde quedó lo atrevido?
Lo perverso murió cuando te heriste,
cuando una sociedad desconfía
y vende productos ya vendidos,
pues es más fácil alimentarse rápido
que buscar lo tétrico, lo tántrico. 
¿Dónde quedo la vida desordenada?
No quiero notas reunidas, 
quiero tus medias en mi encimera, 
tus piernas en mi cama,
y travesuras sin pelea. 
No quiero cuentos,
no quiero nos ocultos, 
quiero un sí que aparezca,
que crezca con cada beso,
con cada dedo que se desliza. 
Quiero discutir por quien se pone encima,
por quien ama más,
por quien devora,
por quien araña más rápido.
Quiero que tu cuerpo 
no me venda jamás.
Quiero que tu cuerpo 
llore cuando yo no esté.
Quiero que tu cuerpo 
te incite a volver,
pues el mío 
no olvida ni una sola vez. 

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