La ironía de la ficción #1. Evadiendo la realidad.


El clima no importaba aquel día, no me fije siquiera en si hacía calor o frío, simplemente me bajé del coche con mi amigo y me dirigí a aquel bar. Era un bar que nos daba confianza, seguridad, lo que se debía principalmente a nuestra recurrencia. ¿Por qué? Porque cuando éramos críos estábamos enganchados a una serie que ponían a todas horas en la televisión, y daba la casualidad que aquel bar se llamaba igual que aquel que frecuentaban los protagonistas. ¿Por qué me lo preguntaba? A veces hablaba conmigo mismo. Era algo habitual en mí, esa disociación inapropiada, pues al fin y al cabo, no era más que yo, nadie se escondía dentro de mí, aunque a veces lo pareciese.
Entramos al lugar hablando sobre diversos temas, entre ellos la creación de una consecución de cuentos que teníamos pendiente. La verdad es que habituábamos a hacer planes que luego no salen a la luz, y por mucho que saliesen, la repercusión iba a ser tan ínfima que tampoco importaba demasiado. Sí que importa, dijo una vocecilla irónica en mi cabeza. Sí, importa, porque en verdad no es que escribiese por reconocimiento, sino como forma de salvar esa alma inexistente que habitaba en mí. Sabes que lo sé, no hace falta que resaltes cada cosa que digo.
Como veréis, no es que mi cabeza fuese un mar de tranquilidad, un lugar apacible donde refugiarse, más bien era un campo de batalla donde las ideas se intentan imponer, y cada segundo mi propia consciencia aprovecha para resaltarme mis fallos. Su cadencia resultaba a veces frustrante, pero por suerte, había descubierto una serie de trucos para establecer la paz en la impasible guerrilla de mi cerebro. Sí, lo sé, sé que cuesta creerlo.
Madre mía, ya nos habíamos sentado, y mi mente volaba, pensaréis que es un infierno vivir en mí, pero no, eso es solo porque supongo que en algún momento estos pensamientos los leeréis, pero en verdad a todos nos pasa algo muy parecido, no sabemos organizar las ideas, lo que acaba convirtiéndose en un debate sin moderador, o en televisión, que al fin y al cabo es lo mismo.

-          ¿Qué quieres tomar? – pregunté.
-          No sé, ¿una cerveza no? – dijo él.

Miré hacia atrás en ese momento y el camarero se acercó a la mesa donde nos habíamos sentado. Ambos pedimos una cerveza y esperamos sentados a que nos las trajese, mientras tanto, como si pensásemos al unísono, nos fijamos en que la mesa que habíamos elegido carecía de intimidad, y dado nuestro carácter reservado e introspectivo la intimidad era un valor primordial. No es que nadie nos fuese a robar nuestras ideas o siquiera a prestar atención, simplemente necesitábamos silencio y soledad, cualidades muy necesarias, en mi opinión, para un escritor. Esto se debía, a que en la mesa de la izquierda, bastante próxima a nosotros, se encontraba el que parecía el encargado del local, imbuido en su trabajo y escribiendo de vez en cuando en su ordenador, ojeando apaciblemente lo que a mi parecer eran las cuentas del establecimiento, aunque la verdad es que no sabría decir nada con exactitud, solo son impresiones. En cambio, a la derecha, a los mismos metros, estaba una pareja joven, en lo que podría suponerse que era su segunda o tercera cita, debido entre otras cosas, a su falta de conexión y su sonoro control de la pasión. No escuché apenas nada de lo que se decían, pero hablarían, como todo el mundo, de frivolidades y tonterías, las mejores cosas de las que hablar cuando tienes a tu lado a una persona que realmente te gusta. Mi corazón en ese momento sufrió una punzada muy contundente en el centro, fue un dolor bastante breve pero intenso. Es lo que tienen los recuerdos que aparecen de la nada, como si aludiesen de manera enfermiza a la teoría del cisne negro. En realidad no es así, no ocurren tan de sorpresa, teniendo en cuenta que llevaba todo el puto día pensando en ella, obsesionado con una simple conversación, con una palabra o un instante del pasado. Por tanto, que aflorase ese sentimiento en mí de rabia e impotencia por carecer de aquello por lo que tanto había luchado por mantener, y a la vez, ese desprecio casi insano hacia el sentimiento más enrevesado de todos, el cual, no hace falta ni que lo mencione, no es más que un reflejo de mi insuficiente inteligencia emocional.

-          Me gusta la manera que has tenido de dar significado al cuento – comentó él, acerca del cuento que horas atrás le había enviado.
-          ¿Se consigue entender? – pregunté desconfiado.
-          Sí, y el título acierta bastante – respondió.

Lo siguiente no lo mencionaré, porque a mi parecer, es secreto profesional. Es interesante ver cómo me creo escritor sin haber publicado nada, tan solo jugando con un ordenador a colocar palabras una detrás de otra, creyendo que de esta manera dibujo una historia fina y elaborada. Me parece irrisoria esa arrogancia proveniente de la peor persona que he conocido jamás, yo mismo, y que encima, alardee de ella en el peor sitio de todos, dentro de mí. Al menos, en ese momento, dibujé una sonrisa, que falta me hacía.

-          Sí, el problema viene cuando intentas establecer políticas basadas en la creencia de que existe libre albedrio, cuando en verdad todo está determinado, otorgando una responsabilidad a personas carentes de ella, pues se han visto evocadas a realizar aquello que desde el momento que nacieron tenían predeterminado, tanto por su características biológicas como sociales y culturales – los temas literarios, como solía pasarnos, habían derivado en discusiones filosóficas de bar sin ninguna necesidad aparente más allá que pasar el rato, pues hay quien se divierte debatiendo sobre la jugada de la semana pasada de algún que otro jugador de fútbol, y otros necesitamos buscar respuesta a preguntas que sabemos que jamás seremos capaces de responder. No es una forma de supremacía moral, en verdad veía igual de valioso ambas cosas, simplemente nosotros nos dedicábamos a eso. ¿Por qué? Pues por la misma razón que las personas de las que hablábamos, por simple causalidad.
-          Asumiendo el determinismo, que casi que me has impuesto, la sociedad, en ese aspecto, siempre deberá regulándose sin caer en la idea de que todo está prefijado y predispuesto – no le veía muy convencido de que mis afirmaciones tuviesen algún sustento empírico, pero, ¿qué más daba eso? ¿Acaso importaba algo el puñetero sustento empírico en una vida insignificante y vacía?

La verdad es que me volví a perder en mi yo interior, dejando de prestar atención a las palabras desenfundadas en aquella discusión. Mis pensamientos se arrinconaban en lo más profundo de mi conciencia intentando escapar de la constante idea de una mujer, la cual no solo había conquistado mi corazón en su día, sino que se había apoderado completamente de mi mente, hasta tal punto, que pretender no pensar en ella era un trabajo tan arduo que era mejor asumirlo y afrontar con entereza la situación. Eso hubiese sido una contestación válida si fuese lo suficientemente maduro, pero la verdad es que ese término escapaba a mi comprensión, pues no era más que un niño disfrazando su niñez con conversaciones ajenas a la simpleza que viene determinando la esencia misma de la felicidad. Una enorme ironía, donde a mí mismo me consideraba un niño sin la capacidad de ser feliz, es como si poseyese la vista de un ciego y el oído de un sordo, en vez de al revés. No sé, supongo que son problemas del primer mundo.

-          Durante estos días he estado pensando, y creo que soy capaz de demostrarte la inexistencia del Dios católico – dije con indiferencia, como si me importase algo debatir sobre la filosofía de las cosas, teniendo en cuenta mi absoluta carencia de libertad, lo cual, sustentaría mi argumento.
-          ¿Cómo? – preguntó mi amigo intrigado, y con razón, estás cosas siempre fomentan la curiosidad.
-          Pues a ver, suponiendo que todos los argumentos que voy a decir los haya entendido con claridad, y dando por hecho los dos pilares fundamentales de la creencia católica, siempre a mi parecer, los cuales, podríamos considerar que son el libre albedrio y el antropocentrismo, si nos basamos en las actuales leyes físicas sobre el universo, y repito, si no cometo ningún error de entendimiento, puesto que para nada soy físico, y mi conocimiento es limitado, podríamos determinar la falsedad de ambos argumentos a través de una sola lógica. Y también debería señalar, que esto no elimina la posibilidad de ningún tipo de ser superior, dios, o creencia espiritual o religiosa, sino que simplemente imposibilita, según mi criterio, la existencia de un Dios como se define en el catolicismo. Dicho esto, según la física actual hay dos vertientes, la teoría clásica de la física, la cual comprende a las cosas grandes, dicho vulgarmente, y la mecánica cuántica, la cual comprende a las cosas pequeñas. Si nos centramos en la teoría clásica todo en el mundo ocurre siguiendo el principio de causalidad, es decir, si tú tiras una manzana, la manzana caerá al suelo siguiendo una serie de reglas, las cuales no varían, por mucho que tú tires una manzana doscientas mil veces la manzana seguirá cayendo al suelo y no se pondrá a volar o a actuar de forma aleatoria, sino que siempre seguirá unas leyes empíricamente demostrables que causaran que caiga o, en otras condiciones, actué de la manera que debiese actuar. Esto quiere decir que todo en esta vida, incluso nosotros, es predecible, como dijo Einstein, Dios, irónicamente, no juega a los dados. De esta manera, si existiese alguien ajeno al universo, podría predecir desde el minuto exacto de la creación del universo todo lo ocurrido en este, como bien se establece en la teoría determinista de Laplace. ¿Qué quiere decir esto? Pues que básicamente carecemos de libre albedrio, todos nuestros actos están determinados por una serie de circunstancias previas, las cuales, por supuesto, desconocemos. Esto nos indica que además, que es lo interesante, que no solo carecemos de ese libre albedrio, puesto que carecemos de libertad a la hora de tomar decisiones, sino que nuestro comportamiento no deja de ser idéntico al de cualquier otro animal, con la única y sutil diferencia de que la conciencia, o la capacidad cognitiva de reconocer nuestra existencia, no es más que el fruto de una cadena evolutiva con el único fin de sobrevivir, es decir, que al igual cualquier animal dispone de ciertas cualidades para sobrevivir, el ser humano dispone de la capacidad cognitiva. De esta manera no somos para nada importantes en el universo, no distamos en absoluto de lo que puede ser un perro, una planta o una simple piedra, por tanto, el principio antrópico desaparece por completo. La única duda sobre la existencia de Dios en la teoría clásica radicaría en el argumento cosmológico, es decir, el principio por el cual, si nos remontamos a la causa primera de las cosas, deberá de existir, por lógica, una causa incausada, un motor inmóvil, a la cual podríamos dar el nombre de Dios, pero, este Dios, no sería más que un espectador ajeno al universo, el cual conoce absolutamente todo lo que va a suceder, y no el dios católico, el cual crea al humano y le dota de libertad para amarle sin obligación. En cuanto a la mecánica cuántica todo se complica demasiado – en este preciso instante me aburrí de explicar con precisión el argumento, culparme si queréis, pero eso no quita lógica a cada palabra que he dicho, simplemente el infernar dolor que padezco de vez en cuando aflora dentro de mí como una banderilla clavada en un toro, y me imposibilita de esta manera tan sucia y cruel concentrarme en otra cosa que no sea ella –, toda la teoría clásica se destruye, y el caos se apodera de todo. Todo se basa en probabilidades ¿Esto quiere decir que carezcamos de un determinismo? No, puesto que nosotros pertenecemos al mundo de las cosas grandes, por lo que estamos absolutamente determinados, nuestra única salvación, si es que consideramos como salvación la capacidad de poseer libertad, sería que nuestro cerebro, el cual tiene todas las papeletas de funcionar siguiendo las leyes de la teoría clásica, funcionase siguiendo los parámetros de la mecánica cuántica, y fuésemos capaces de tomar decisiones de manera libre y azarosa, lo cual es lo menos probable. Aun así, que tengamos esa capacidad solo nos garantizaría cierta libertad, ya que seguiríamos siendo prisioneros de una realidad externa la cual condicionaría nuestras decisiones.

Ambos nos quedamos callados, y yo, tras esos minutos de evasión, regrese a mi asquerosa realidad donde mis recuerdos juegan conmigo y me hacen reflexionar acerca de cómo la mujer a la que amaba no me quería como yo a ella, como pudo ser capaz de aquello tan asqueroso me pregunté preguntándome. No sé, la vida es complicada supongo y lo peor es que, si estoy en lo cierto, no tiene ningún sentido llorar o estar mal por estas cosas, siquiera preguntárselas, pero aquí estoy yo, con mi propio fantasma inexistente, debatiendo sobre la existencia, sobre filosofía barata como decía mi madre. Siempre en estos momentos me acuerdo del maravilloso pez Babel de La Guía del Autoestopista Galáctico, lo cual en estos momentos viene perfecto, ¿no crees? Si alguien algún día, leo esto asquerosamente insustancial que estoy escribiendo, por favor, si no lo conoce, que lo busque, es fascinante.
La verdad es que la idea de romper la cuarta pared me emociona, es como si cada cosa que yo pensase otra persona igual de idiota la estuviese leyendo en un futuro, quizá porque lo haya escrito, o porque vivamos en una simulación, teoría nada desdeñable científicamente. Podríamos decir que estaríamos ante una probabilidad entre tres de estarlo, al final Mátrix, no estaba tan equivocada. No sé porque pero me vi riendo solo, y la verdad es que no estaba solo. Aunque dicho así, en verdad nunca estaba solo, teniendo estas fascinantes conversaciones con uno mismo no sé ni para que sociabilizo. Volví a reír para mis adentros.

-          Puede ser interesante, aunque no creo que eso esté tan demostrado como planteas, me tendré que informar – comentó mi amigo con mucha razón.
-          Sí, investiga, posiblemente no llegues a la misma conclusión que yo, al fin y al cabo es difícil asumir en esta sociedad de mierda que la vida es más mierda aun – reí.
-          Sí, bueno – dijo él.

Me pregunto de verdad si algún día podré ser capaz de dejar de pensar en ella como la pienso, de esta manera tan idealizada y a la vez rabiosa, uniendo de forma casi lujuriosa el amor con el odio. Pero claro, luego regresó y observo como se mira el uno al otro la pareja de la mesa de la derecha, y no sé, me planteo como hubiese sido nuestras vidas. Quizá, después de todo, la vida no hubiese sido tan asquerosamente insignificante y vacía. No hubiese sido tan mierda.

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