Una vez soñé que te perdía (y te perdí).

Subí a la cima,
te observé dormida, 
contemplé tus lágrimas,
admiré tus hoyuelos,
te recité poesía,
te narré una historia,
aprendí de tus miradas,
de tus risas escondidas.

Soñé que te perdía,
desperté muerto en vida
deseoso de regresar bajo tus sábanas
y llorar tu pérdida. 
Esconderme bajo tu manto,
esperando un abrazo puro
que no envejezca como nuestros cuerpos.

Perdí la fe y la recuperé por ti,
recorrí el infierno con miedo a verte en él.
Recorrí el frío fuego del abismo para agarrar tu mano, 
recorrer tu espalda con mis dedos 
y dedicarte un libro que jamás escribiré. 

Sé que ya no estás ahí,
que aunque sigas caminando
tus pasos ya no van junto a los míos.
Sé que me olvidaste a la fuerza
que no quieres saber de mí.
Sé que no añoras mis abrazos ni mis caricias,
que tan solo piensas en ser feliz.
Sé que te mereces lo mejor 
y que yo, poco tengo que escribir
en una historia de la cual desaparecí. 
Sé que mi sombra no te persigue,
como a mí tu reflejo,
que cual espejo, 
pervierte mis ideas y consume mi ser. 
Sé que ya no me quieres, 
que el amor se fue
cual barco a la deriva
sin ancla ni chalecos salvavidas. 
Sé todo lo que tengo que saber 
y aun así, no quiero olvidarte.
Te llevo en la piel,
como tatuaje sin tinta,
como cicatriz oculta.

Una vez soñé que te perdía 
y te perdí.
Desde entonces ya no volví,
jamás regresé.
El sueño desapareció 
y ya nada es lo que fue. 

Algo de mí murió,
algo de mí durmió para siempre.
Se ocultó bajo las sábanas,
como un niño con miedo a la oscuridad.

Algo de mí se marchó,
algo de mí se escondió para siempre,
Se tapó los ojos con las manos entre lágrimas,
como un niño que no acepta la realidad. 



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