Fin.
No encuentro palabras para relatar lo que siento, ¿irónico verdad? El escritor se quedó sin tinta. Sin tatuajes en la piel, pero con palabras en la sangre. Nombres que jamás olvidaré. Cicatrices que amanecen cada anochecer. Horas que no pasan pues no hay números que las manecillas puedan señalar. Tiempo que ya fue y nunca será. Besos olvidados, escalofríos que no se sienten. Deseos que se convierten en prisión. Canciones que me apaciguan el alma mientras la desidia invade mi mente. Temblores mientras duermo, esperando lo imposible. Emperador de lo inesperado, de la nada. Gladiador sonámbulo, incapaz de día. Dueño y señor del vacío, de lo inexplorado y del cansancio. Indiferente, prosaico y nauseabundo. Imágenes que dañan y torturan. Imágenes que repelen y asustan. Dolor incrustado que supura. Siempre que escribo algo así me pregunto, ¿Cómo lo acabo? ¿Cuál es el final? No hay final, ni comienzo. Es crónico. Persistente. Permanece dentro de mí, devorado cada emoc