Nostálgico de lo irreal.

Vivimos, o eso nos cuentan.
Cambiamos, o eso nos venden.
La verdad es diferente,
es insustancial,
es anciana, condescendiente.
Maduramos como la fruta,
nos cultivan y abruman.
Somos peces ahogados
en frascos de cristal,
manejados por hilos invisibles,
por prosas ilegibles.
Corremos sin prisa,
morimos con ira,
nos fumamos la risa
como si nos la fuese a provocar,
ahorcamos la ira
imponiendo nuestra felicidad.
No somos ángeles princesa,
somos carceleros
de nuestra propia identidad,
de nuestra conciencia
y la ciencia destruye la esperanza.
Erramos con enmiendas,
nos columpiamos en balanzas.
Hablamos de hazañas,
de guadañas que apresan.
Nada nos planteamos,
no nos importa ya una merienda,
una conversación agraciada,
una risa desentonada en un salón,
un salón triste y apagado,
cuya única luz es tu presencia,
tu sonrisa incandescente,
tu mirada voluptuosa,
pues la prosa no es poesía,
ni tu cuerpo evanescente.
Somos polvo disipado,
seres incapaces,
vivimos en un futuro, en un pasado,
cuando es nuestro presente,
cuando es nuestro instante
lo que nos debería de convencer,
de hacer fuertes.
No gritamos,
no nos revelamos contra lo importante,
contra las limitaciones,
contra la opresión de lo real,
de lo divino,
comemos del racimo,
de lo epistolar.
Somos enfermos, profetas borregos
que añoran las cadenas,
que condenan hasta sus deseos,
que veneran sacrilegios,
que adoran venas.
Lloro y no colapso,
río y no me desmayo,
estoy frío,
estoy helado,
el invierno llegó y no estaba preparado,
llegó y no en televisión,
llegó a nuestros hogares,
llegó a nuestros familiares,
a nuestros amigos y enemigos,
llegó y lo aceptamos,
sucumbimos a su diferencia.

Soy nostálgico y fanático de lo fantástico.
Soy verso enigmático, fenómeno extraño.
Soy yo y no acepto,
soy yo y lo aprecio.

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