9. La alegórica soledad que habita en mis palabras. Diario de un fantasma.
Canto y nadie atiende a las notas que vocifero.
Dibujo y nadie se para a observar, con detenimiento, mi obra.
Escribo, y la gente llora, no por mi capacidad, sino por la
tristeza de mis versos.
Compenso mis carencias con dulces palabras arbitrarias,
Que nacen de la desconfianza, del enigma de mi soledad,
Abrazando, desesperadas, las obras de un corazón sangrante.
Me aíslo en la cárcel de mi yo interior,
De mi alma quebrada, asustada,
Por las locuras que dictan mis ausencias.
Juez de mis propios pecados,
Arbitro de la añoranza de mi ensimismado altruismo,
Cazador de mi tan añorado cariño.
Las miro y sollozo,
pues su piel no es más que frío en el desierto,
sed bajo el mar.
Me miro y lloro,
Pues mi piel no es más que veneno para el alma,
Monedas para el barquero.
La miro y aprendo,
Pues su tacto es luz de luna,
El agua de la tan ansiada vida.
Aúllo bajo la tierra,
Buscando en mí una respuesta artificial,
Un vacío bajo la grandeza del sol ardiente.
Amago al actuar,
Al pretender escapar de mi amor irreal,
De la apatía que maneja los hilos de mi cuerpo.
Marioneta cansada de la vida que el maestro me dio,
Angustiada por la madera que cubre mi conciencia,
Por el dolor que habita en la diferencia de mi ser.
Ansío poder, pero no la ambición que acarrea,
Sino el camino que lleva a la libertad,
Al trigal tras la muerte, a la verdad en sí misma.
Ansío encontrar en la materialización de mis ideas,
En las sesgadas palabras,
la canción, el dibujo y la poesía que habita tras mi
soledad.
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