Canto y nadie atiende a las notas que vocifero. Dibujo y nadie se para a observar, con detenimiento, mi obra. Escribo, y la gente llora, no por mi capacidad, sino por la tristeza de mis versos. Compenso mis carencias con dulces palabras arbitrarias, Que nacen de la desconfianza, del enigma de mi soledad, Abrazando, desesperadas, las obras de un corazón sangrante. Me aíslo en la cárcel de mi yo interior, De mi alma quebrada, asustada, Por las locuras que dictan mis ausencias. Juez de mis propios pecados, Arbitro de la añoranza de mi ensimismado altruismo, Cazador de mi tan añorado cariño. Las miro y sollozo, pues su piel no es más que frío en el desierto, sed bajo el mar. Me miro y lloro, Pues mi piel no es más que veneno para el alma, Monedas para el barquero. La miro y aprendo, Pues su tacto es luz de luna, El agua de la tan ansiada vida. Aúllo bajo la tierra, Buscando en mí una respuesta artificial, Un vacío bajo la grandez