¿Qué significa ser escritor?
Dejemos un vacío legal, ya sabes. Ayer (¿cuándo es ayer? A mí no me preguntes); iba conduciendo, borracho podría decir, corría, demasiado podría decir. Era una recta, ¿Quién no hubiese corrido? ¿Disfrutar del paisaje? Quizá, no lo tengo muy claro; pero corría demasiado, aceleraba cada vez más, como si fuese a comenzar a volar, a flotar, a recortar con el roce de la velocidad la fría y lluviosa realidad, y al final, o más bien justo delante de mis ojos, pude contemplar una rotonda de esas que transmiten incredulidad. No pestañeé, frené. No lo voy a negar, me acobardé en el último momento. Soy humano y siento miedo, lo siento. Aun así, no bajaba de ochenta kilómetros por hora y eso en una rotonda podría considerarse como ir rápido. No voy a negar que no era consciente y quizá podría considerarse todo como algo invalido, no voy a negar nada; la única verdad es que ahí estaba yo, con mi jersey gris sujetando el volante, con las mangas cubriendo mis gélidas manos y con mi mirada impávida