Cada día es más duro que el anterior.

Hoy soñé que estabas a mí lado, arropándome con tus delicadas manos mi tosco y maltrecho cuerpo. No sé el porqué pero ahí estabas, mirándome, con esa ternura que de vez en cuando te caracterizaba, como si realmente no me quisieses ver sufrir. Ahí estabas, curándome con tu alma mientras la mía caía rendida ante tu desnudo pecho. No se trataba de algo sexual, aunque nunca descartaría algo tan hermoso si fuese contigo, era simplemente una forma de atraparme entre tus brazos y hablarme sin articular palabra. Susurrarme al oído que nunca te irás, que siempre estarás a mi lado a pesar de nuestra estupidez o nuestro orgullo. Y, entonces, entre el canto de los pájaros de la mañana y el sonido malicioso del despertador tu cuerpo decidió marcharse y dejarme solo en aquella soledad demoledora. Un lugar donde ni mis sueños importan, donde las miradas se pierden en la nada y la realidad se vuelve un lugar donde cada día es más duro caminar. ¿Lo peor? Que aun conservo la esperanza, una esperanza que no sé hacia donde me llevará pues nunca he sabido distinguir muy bien lo real de lo ficticio, y esta vez no es una excepción. Solo sé que ahí estabas, y aquí estás, en mi mente, en mi corazón, en mi alma, esperando a que regreses conmigo y recorras con tus dedos mi piel en busca de las heridas que me has causado. No quiero pomadas, solo un beso. Solo un beso. Nada más.

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