Quiero demasiado poco, pero demasiado al fin y al cabo.

¿Por qué me cuesta tanto? No lo entiendo, no quiero ser el mejor, solo quiero construir una vida que valga la pena, algo que tenga un poquito de valor. No necesito que lo entiendas, no necesito que me apruebes o me pongas nota. No. Solo quiero madurar contigo, que las páginas en banco se llenen de tinta, que mis dudas desaparezcan y mis llantos no difuminen mis logros. Solo quiero que cada vez que sangro tenga un valor, una promesa. No quiero que quede en el olvido como las tonterías que se dicen hoy en día escondido tras una pantalla. Solo quiero volar entre los prados de tu mente en busca de una pregunta que no responda nada, una pregunta que te martillee la cabeza hasta cambiarte la vida. Solo quiero que esa pregunta me transforme a mí, que mis palabras no sean propaganda ni gritos de un niño asustado. Quiero madurar en su manto, en sus brazos perversos, donde cada error deteriora tu mente y amuralla tus sueños. Donde las alas ya no se dibujan sino que se rompen y las lágrimas se almacenan como trofeo. No quiero nada más que una vida donde mi alma pueda expresarse y emocione, nada más. Lo quiero todo y a la vez no quiero nada. Quiero un imposible. Quiero lo que deseo y poseo lo que no necesito. Irónico. Tengo una estúpida atracción por la ironía. Triste realidad, ¿cuándo aprenderé a aceptarte? Seré más feliz. Mientras tanto lloraré por las esquinas a ver si alguna lágrima se pierde en un charco y lo alimenta.

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