2. Tú y yo somos la misma cosa. Diario de un fantasma.
La culpa asola mi corazón,
Alzándose en armas contra mi cordura,
Batallando por el control de mi cuerpo.
Mi alma llora, triste, envuelta en una realidad profana,
insulsa,
Atónita por el conflicto, por la sangre derramada.
Mis ojos salpicados, mi mente manchada por su sucia derrota.
Solo el canto de una hermosa ave puede calmar mi rabia
confusa,
La entidad desvirtualizada, la esencia corroída
Por la espesa niebla de mi ser, por la identidad, por la ambición.
El tacto de la indiferencia se injerta en mi visión,
Corrompe lo que creo ser y mancilla mi nombre,
Esperando así que crezca, sin saber que soy hierba seca.
La poesía me salva de ser salvado,
Utilizando la palabra como fin no comunicativo,
Abstrayéndome a mi ser, evitando el yo.
Ya no busco expresar, tan solo identificar mi comunión,
Lo esencial en lo común, en lo compartido.
Entablando una conversación con un Dios al que pertenezco.
Ahí está, en las cosas, en mi piel,
Anhelando desconocer, lejos de la evidencia,
De lo correcto y lo cuerdo, soñando sonámbulo por el mar de
mis recuerdos.
Lo veo al despertar, lo veo al dormir.
Lo veo al nacer, lo veo al morir.
Lo veo porque me veo a mí, porque veo lo invisible.
Lo observo y contemplo lo inequívoco,
La perfección de lo inconcreto, de la perversidad del todo,
Del vacío, de la nada.
Siendo un hijo más y un padre,
Un heredero de la herencia más hermosa y cruel,
Del derecho a la inmortalidad, a dejar de ser, siendo.
No hay unicidad, no hay alma, las palabras no me pertenecen,
Son parte de un conjunto, de un todo que no es nada,
De una verdad que es inequívoca, tangible.
Se puede tocar y saborear en cada cosa, en cada vida,
Pues formas parte de ella y a su vez eres ella,
Al igual que eres hijo del árbol o del animal, del sueño y
de la tierra.
Duerme una vez más, abandonando la mentira de tu identidad,
Sueña conmigo al igual que yo soñaré a tu lado,
Deja que roce tu piel como si de mi piel se tratase, pues al
final, es la misma piel.
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