Gritos en mi oscuridad permanente.

Siento que me he muerto y aun así, vivo, ¿por qué? No sé qué hago mal, tan solo escribo, ¿eso está mal? Quizá, a lo mejor por eso deambulo por el vacío, por una tabla de madera, empujado por un pirata con un parche en el ojo y con aliento a calamar, sí, entre el todo y la nada; ahí, en ese lugar funesto escucho gritar a individuos que habitan en mi cabeza y que pelean por un puesto entre la basura. La depresión no se controla, te destruye y te ayuda a crear. Lo sé, y lo siento, en esa angustia vivo, no lo puedo evitar, es como intentar pedir que un noctambulo deje de caminar entre la negrura de la noche. Soy un alma sangrante que viaja a través del tiempo y permanece en un único lugar, un alma que gira y gira sobre sí misma esperando que algún día comience a volar; pero no, nunca volará, pues está ligada a un cuerpo, y en ese cuerpo la piel ejerce de frontera y de limitación. Es mi cárcel sin barrotes, mi prisión solitaria, en la cual canto y converso con mi subconsciente, al cual podría poner muchos nombres, pero ninguno como caballero, sí, es mi caballero andante, algunos lo entenderán. Otros no, y eso me decepcionará, no por vosotros por supuesto, eso es entendible, sino por mí, por mediocre, por incapaz. No puedo evitar menospreciarme y exigirme, pues, si no me exijo yo, ¿quién lo va a hacer? Algunos te hablarán, algunos te gritaran, te pedirán, te limitaran, pero en realidad no interesarás a nadie, al único al que debes interesar es a ti mismo, eres aquello que nadie será, conciencia.

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