Baile en la oscuridad.
Las
paredes comenzaron a moverse, la gente desapareció, la luz se emborronaba, las
tiendas se esfumaban con los carteles y bancos; todo se transformó en un
cubículo sombrío que hizo que me levantase poseído. Al final del habitáculo, en las profundidades de mi mente, se podía ver un
ángel. Una mujer tenebrosa cuya figura había decidido abandonar la utilidad de
las manos por la hermosura de las alas, por la cual, me veía atraído sin
explicación alguna, eliminando todo vestigio de terror o preocupación. Me
aportaba una paz irreal, pero a la vez un deseo inigualable de saber, de
conocer. ¿Sería ella la verdad? O… ¿al
menos la representaría? En mi cabeza se escuchaba la “moonlight sonata” de
Beethoven, en mi cuerpo, tan solo la sensación de belleza, de genialidad. ¿Acaso eso sería lo
que buscaba? Me acerqué despacio, como si sintiese la música, como si buscara
el momento oportuno. Su cuerpo comenzó a aparecerse ante mí, no era un ángel,
no tenía alas. Era una bailarina, una mujer con un cuerpo y con solo una
falda que la cubriese. Sus pies estaban protegidos por unos blancos zapatos de
ballet, que con la punta de sus dedos, la elevaba unos centímetros del
suelo. Seguí acercándome para poder
verla con más claridad, pero la oscuridad, me lo impedía. Hasta que llegué a un
punto en el que empecé a ver algo más, algo que me estremecía y a la vez me
conmocionaba. Su cuerpo mostraba una fuerte musculatura que comenzaba en el
fino e hilado cinturón de la falda y se extendía hasta el cuello. Su pelo era
negro y le colgaba por el rostro como el de Cleopatra. Seguí aproximándome, más
y más, y con cada paso, se me enfriaban los pulmones, los riñones, incluso la
garganta. Sus brazos estaban elevados recreando movimiento, como si intentase
volar, pero sin éxito; sus piernas, cruzadas y elevadas; su mirada, caída, acompañada por su cabello y cuello, como si algo la forzara a desplomarse al
suelo pero no pudiera. Seguí acercándome como si estuviese obligado a ello. Mi cuerpo me lo pedía. Pero en cuanto
lo vi… mi alma se congeló, era un hombre, un hombre con la frente
ensangrentada, con las muñecas forzadas y las manos agujereadas. Su mirada ya
no existía, no tenía luz, era un cuerpo inerte. Sus pies parecían haber
escapado de los clavos, aun así, sentían la necesidad de permanecer como
sucumbieron. El terror perforó mi alma y todo desapareció con una voz; solo eso
me libró de abandonar la realidad y perderme en el sudor de la crueldad.
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