Sueños rotos.
Voy a hacer una cosa, algo nostálgico. Voy a rememorar
aquellas redacciones tan imaginativas que todos alguna vez hemos realizado en
el colegio. Uno de esos deberes escabrosos y aburridos que nuestra profesora
nos mandaba. Uno de esos trabajos innecesarios y corruptos que consumían el
alma de unos críos cuyo único pensamiento era el de saltar en los charcos más
barrosos. Sí, ¿no os acordáis? Normal, hay cosas que es mejor olvidar. Aun así
yo no me rindo, quiero hacer uso de la reminiscencia y recuperar esos momentos
pasados tan veraces. Esas palabras de crío cansado, de crío aburrido que
trasmitían un desprecio inusual a uno mismo y al mundo de las ideas. ¿A qué me
refiero? Pues señores, a lo que es obvio, a esas redacciones sobre cuál era
nuestro sueño, qué era lo que queríais ser de mayores, de adultos. Una absurda
tarea sobre cuales eran aquellos anhelos o ilusiones de unos niños, en los que
yo mismo me incluyo, que no sabían ni sumar correctamente. Nos tirábamos horas
y horas aprendiendo y no educándonos para que la lista de turno, cuando ya nos
habíamos adaptado a un sistema educativo tan lamentable, nos exigiera que
exprimiéramos de forma sumamente leve nuestro cerebro para dar una respuesta
pragmática sobre a dónde queríamos llegar. ¿Qué a donde quería llegar yo? No me
jodas, yo quería correr, saltar, reír o jugar al Pokemon, nada más. ¿Te crees
que me importaba una mierda si yo de mayor iba a ser bombero, policía o
carnicero? Yo solo quería volar. Todos los niños, sin excepción, nacen con un
valor que los adultos jamás comprenden, esa capacidad de hacer sus sueños
realidad, pero no a futuro, no señores, no, un niño es capaz de hacer sus
sueños realidad en el presente. ¿Por qué esa manía de convertirnos en adultos?
¿Por qué esa manía de enseñarnos un mundo que no era el nuestro? ¿Es un acto de
venganza? Puede que sí, a lo largo de estos años, de este crecimiento
inevitable, me he dado cuenta de que tenemos envidia, incluso rencor, a ese antiguo
yo que correteaba por los pasillos de casa buscando monstruos o simulando
espadas laser de Star Wars. Nos da rabia, nos jode profundamente, que ese niño
fuese feliz, que ese niño nos diera cien mil vueltas en absolutamente todo, y
por eso nos enseñaban a crecer, a perder nuestra armonía, nos enseñaban a
odiar, a despreciar, a analizar cada situación y ser lógicos y racionales. Yo
nunca fui malo, fui un niño que creía en la bondad, y pude observar como
aquellos niños jugaban sin prejuicios, a pesar de su maldad inherente por
supuesto, por algo somos humanos; pero ellos eran diferentes, eran seres
superiores, nos mostrábamos humildes, a pesar de nuestro egoísmo, perdonábamos
y olvidábamos bastante rápido. No buscábamos el conflicto, lo único que nos
interesaba era ser felices, y lo más importante, mantener esa situación de
compleja paz, ese sentimiento de bondad natural que provenía de nuestra
ingenuidad. Nos corrompimos, todos lo sabemos, y por ello queremos seguir
corrompiendo a aquellos de mente delicada, de mente pura y dulce. Nos jode en
lo más profundo de nuestro ser que para esas personas la felicidad residiese en
ir a comprar chuches y en regresar a casa del colegio y ver que nuestros padres
están en casa para jugar con nosotros, o excepcionalmente para dirigirnos una
palabra adecuada. Así éramos, ¿Realmente se creen que nos importaba una mierda
si íbamos a acabar trabajando en la banca o en marte cultivando patatas? Éramos
felices coño, dejar de intentar joder los recuerdos más puros que tengo, dejar
de intentar joder a cada niño que pasa por vuestras aulas, hacer de ellos
personas que valgan la pena y no futuros profesionales de materias que a nadie
le hace feliz, pues el trabajo destruye, lo único que construye es el saber y
la inocencia.
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