Vacío en la arena.
El mar transpiraba oxígeno
y la mañana se extendía en el horizonte. Las olas rompían delicadamente en el
polvo de la arena donde, vergonzosas, se desvanecían acariciando el último
suspiro de la noche que, muy, muy despacio, se iba perdiendo ante la grandeza
del sol. La hermosa y envidiada luna permanecía estática retando a la
sudorienta estrella que brillaba como consecuencia de una mujer que decidió
abandonarle. Ella, le miraba rabiosa, y él, ardiente, comenzó a iluminar con
sus lágrimas el agresivo mar que sofocaba las tormentas de un hombre que
contemplaba la belleza del amor armónico de la naturaleza, el cual se distancia
para permanecer inmortal en un universo
finito y cautivador que nos hace creer en los interminables recorridos. Un paradisiaco
lugar donde las personas se hundían y gritaban en el momento exacto en el que
la felicidad devoraba su alma humana, un infierno soleado que demostraba que
una vez muertos la verdad desaparece ante nuestros ojos.
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