Magia y otras tonterías.

Caminar es algo complejo, y mucho más si habitas en un mundo simple, más si caminas por senderos muy transitados, si cohabitas en soledad y tu único refugio es una verdad tatuada con la sangre de una mentira. Mi mundo es abstracto, aunque demasiado realista, demasiado… somnoliento. Un cálculo universal irreversible, un calco infantil a papel vegetal mal bordeado. No soy más que un tránsito, un imperioso susurro que no predice nada, un nihilista con fe en dragones asustados y desprestigiados. No soy más que un vertebrado sin los huesos suficientes para lograr nada, sin la respiración adecuada, sin el aire necesario para acariciar tu cuello humano. Tu cabello es lo único que anhelo en mi apatía artística, en mis sueños macabros e inútiles. Allí estás, pues ahí estoy, caminando por senderos cuya niebla tapa el recorrido y donde el único cartel dicta “Machado”. Allí, en la nada más real, camino sin camino con el único fin de recordar aquel hechizo, aquella poesía que me convirtió en el mejor hechicero del pueblo donde nací. Un lugar verde, donde el cielo se escondía entre las nubes y el viento traía una lluvia seca y malévola que escondía a cada ser deforme en sus hogares, aislados, felices y acobardados. Mas siempre, en la verdadera naturaleza de las cosas, siempre, se vuelve oscuro, todo tiende hacia la nada, hacia el vacío, y a veces, cuando intentas ser ingeniosos o curioso, todos se asustan y te tachan de demonio por jugar con lo desconocido.
La verdad…, no recuerdo nada más, no tengo nada más que decir, ya solo camino, las palabras destrozaron mi vida y ahora sin apenas recuerdos deambulo por algún lugar de esta vasta tierra. Las tinieblas ya no me asustan, los cuervos tan solo cantan a la carne para poder entender su sabor, y nuestra locura no es más que el vestigio de una verdad inconcebible y aterradora, al menos para aquellos de mente débil. La lógica no tiene cabida en un mundo caótico, en un mundo sin prestigio, aun así, cada persona que ha descolorido mi brusca vida ha intentado, o mejor dicho se ha sentido en la obligación moral de concebir el universo como una sola cosa, algo sencillo y a la vez complejo, pero entendible.
Es entendible, es sospechoso, es sensato y a la vez curioso contemplar con desprecio a todos aquellos que pasaron por tu vida y a los cuales sigues poniéndoles la misma cara inexpresiva que recurre en tus sueños. La mente de un hechicero decrépito y joven no es más que la mente de un hechicero joven y decrépito, un poema; en pocas palabras, un verso, una estrofa cuya línea rítmica peca de ser la más seca. Una llovizna de palabras colocadas con subjetiva precisión que transportan al mago a su hogar y le hacen sentir celoso de su propio arte. Yo nunca me he sentido así, camino, o caminaba, ya no me acuerdo. El trayecto resulto ser estrecho; monótono, por supuesto. Un pacto con la cordura me hubiese tratado mucho peor aún que la locura, ¿cómo estar cuerdo en un mundo monótono repleto de carencias segmentadas? Estar cuerdo en un mundo de carencias dogmatizadas potencia cada día más el recuerdo de mi hogar.
Caminaba lento hasta golpearme con el resplandor del sol en el resoplar de un comerciante. Un amigo inmerso en un trayecto interminable, la vida. Ganarse el dinero a través de dinero. Nada menos simple. El típico boticario del mar que rellena las botellas de un agua cristalina y la denomina crisálida sanadora, el típico que cura con sus versos y sus pinturas picassianas. Nada más subjetivo ni más placentero. Un placebo notorio que deteriora la fina línea de lo contemporáneo. Allí estaba yo como caminante errante sin lugar donde reposar. Me habló despacio, hola me dijo, nada particular, nada concreto. No le contesté, pasé de largo como perro asustado. Hola me volvió a decir, aunque esta vez diría que lo sentenció. Un saludo siempre es cálido pese a romper el hielo, ese no fue cálido ni gélido. Sentenció. No tuve más remedio, le contesté despacio, con temor a ser maltratado. No tuve más remedio, le contesté despacio, con temor a ser apático. Me miró a los ojos, como un hermano mira, como un cantautor susurra. Sus palabras fueron vagas, comunes diría yo. Me hizo gracia, pues todas las palabras son vagas y comunes. Allí estaba yo escuchando como los sonidos jugaban con lo arcano y me transmitían su mensaje. En el desierto encontraras el agua que te llevará hacia la arena, sus palabras fueron contundentes ya que no logré entender nada. Allí estaba yo expectante, allí estaba yo cuando se acercó y me recompensó con una petaca de agua salada.
El agua sabía a rayos y vomité, no me lo pensé dos veces; aunque la verdad es que no tenía mucho que pensar. Proseguí con mi camino mientras oía a lo lejos gaviotas graznar, algo insólito pues estaba en un desierto muerto, aun así las oía, no me preguntéis por qué. Yo era un mago insólito, desprestigiado por mis artes interioristas; artes sucias y de sangre podrida. Nada más lejos de la realidad, nunca podría haber hecho hechizo alguno con sangre de mala calidad, por eso solía utilizar la sangre de los animales, y en escasas ocasiones la mía. Vagaba por un reino mugriento, el reino de la arena, en busca de algo que me atrajese, en busca de una guarida donde refugiarme de los recuerdos. Un lugar donde morir tranquilo, sin necesidad de esperar a que los humanos viniesen a por mí, sentarme a reflexionar y ojear furtivamente una capa negra que viene a dialogar conmigo, un muerto culto que hace su trabajo de forma ejemplar, cuyo única misión es hacerme sentir bien, conversar sobre la vida hasta que yo me durmiese tranquilo en su regazo y él, con cariño, rozara mi mejilla con sus frías manos sin carne.  Vivir en soledad, buscándome a mí mismo en el calor de una cueva de arena. Un refugio donde poder viajar a través de la mente a lugares arboleados donde el agua reina sin obstáculos.
Allí voy, al habitáculo de mi felicidad, entre tanto desierto, y tanta muerte pretendo encontrar el significado existencial de la vida. Camino sincero, sin miedo alguno y sin necesidad de alimentarme ni de beber esa asquerosa agua salada, y, entre el viento acalorado, observo lo que posiblemente sería una visión muy realista, un cuervo herido encima de un cactus sin espinas. Me acerco lento, no quiero asustarle. Él me mira y me observa. Él me habla.
    -          ¿Eres tonto o qué? ¿Por qué intentas caminar despacio?, no ves que estoy herido, por mucho que me asustaras no podría salir volando.
    -          Perdona, no era mi intención faltarte al respeto, no sabía que los cuervos fuerais animales tan delicados – me aproximé de forma más común y me situé frente a aquel pájaro desgastado. Su plumaje era cada vez más rojo a pesar de su indiscutible color negro.
    -          Bueno, ya sabes, cada pájaro es un cielo distinto, a mí me conocen como nublado. Más bien me conocían, no creo que vuelva a volar.
    -          ¿Qué te ha pasado? ¿Necesitas ayuda? Es posible que sea capaz de curarte.
    -          No necesito que nadie me cure, no quiero volver a volar. Estoy decepcionado, bueno, tú lo sabrás mejor que yo, eres mago. Además, para curarme necesitarías otro animal, y no me considero más valioso que cualquier otra escoria.
    -          ¿Por qué estas decepcionado? No creo que haya nada más bonito que surcar los cielos.
    -          Lo único bonito en esta vida es mirar el cielo con afán de volar, el acto de volar en sí no representa nada bello. Vosotros nos miráis como almas libres, y en realidad no somos más que descendientes de la esclavitud que representa la vida. ¿Has soñado alguna vez con algo que ansiaras con pasión? Yo siempre soñé tener pies y poder correr por el campo sin ningún fin, simplemente correr. Lo malo es que al final todos esos sueños no son más que principios que convergen en un mismo punto, da igual lo que desees, al final todos te llevan a la misma idea; ya sabes, a Roma.
    -          ¿Qué idea? – me desconcertó un poco la verdad, aunque si soy sincero, no me estaba resultado alarmante el hecho de hablar con un cuervo de alas dañadas.
    -          ¿No lo sabes? Bueno… pues eso, la idea de que todo está en nuestra cabeza, en nuestra alma, ya sabes, dentro de nosotros. Toda la vida en sí no representa más que un límite casi infranqueable que debemos sobrepasar y para ello solo hay dos opciones, o encontrarnos a nosotros mismos en nuestro vacío interno o confiamos en que la muerte nos libere a través de la nada.
    -          ¿Y qué me dices de la magia?
    -          ¿Del arte? Es un buen camino para encontrarse a uno mismo, el único problema es que la gran mayoría de las veces se utiliza para encontrar a los demás o incluso para prostituirse, lo cual te facilita la vida. No sé, es algo bastante complicado.
    -          Eres un animal bastante curioso la verdad.
    -          Ya, quizá, pero bueno… ¿vas a matarme ya?
    -          Sí, ha llegado la hora.
El cuervo se posó en mis muñecas y le arranqué la cabeza de un giro rápido y profesional. Lo tiré al suelo e hice un círculo con su sangre. Derramé el agua salada sobre su céntrico cuerpo apenado y me arrodillé. Nunca hubiese imaginado que me encontraría con algo tan valioso, un alma animal insatisfecha, la pureza del caos. Saqué el cuchillo que guardaba en mi riñonera y me lo clavé en el ombligo. Toda mi sangre viajó por los límites de la arena y acarició con ternura el cuerpo de aquel cuervo divinizado. Morí despacio, sin dolor, sin angustia; y entonces, en la marisma de la muerte renací y volé por el cielo azulado de aquel desierto infinito.

“Entre las frías noches de la arena encontré el calor del cielo.

Entre el viento punzante del mar encontré el sabor de un agua sin sal”. 

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