Sueños húmedos.
Añoro sus piernas. Suaves y delgadas
sensaciones. Submarinas miradas. Respiraciones acuáticas entre su nieve cálida.
Conocimientos inconscientes que nos mentían entre la fría calor. Escribir el
ambiguo camino que surcaba el submarino disperso y esbelto, envuelto en
delicadas relaciones, o confrontaciones desabrigadas. La veía sentada, tumbada
en las sabanas, resguardada del calor, del amor, de la alocada respiración de
los pulmones. Cantaba, no podía cantar, estaba ocupada. Sofocaba, sofocada
escuchaba. Consentía, comprendía, no entendía, nadie entiende, ni yo, ni Él, no
importaba. Los iris puenteaban el arcoíris, y la guadaña cortaba el viento,
congelando el tiempo invertido. Separados nos tocábamos, nos juntábamos en el
centro. La conocía, me conocía, siempre profundizamos al interior del mar. Los
barcos se palpaban, sus tesoros nadaban en la tierra. Los pueblos ardían, se
quemaban, solos, con ayuda, ayudados, manipulados y culpabilizados por la
culpa, nosotros no hicimos nada. Queríamos, no apreciábamos más. No nos
apreciábamos, quizá algo, nuestra sangre se igualaba, quizá ya fuera igual, era
igual. Nos dolía, nos gustaba. El sonido se veía, su color se escuchaba, su
piel degustaba mientras su sabor tocaba. Ambos iguales sin un amo, simplemente
nos prestábamos, nos prestábamos a hacerlo, a serlo. Nos sometíamos, sumisos
amábamos. Enseguida entendí su regalo, un narciso, un control, un límite.
Sobrepasábamos, y entonces… sin más terminó, y como siempre… nada.
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